Mi GPS es un licencioso de tomo y lomo y culpa mía no es, que yo lo he educado del modo más tradicional posible y lo empleo, sobre todo, para visitar iglesucas románicas perdidas por esos mundos de Dios. Sin embargo, el trastejo es un vicioso incurable y no pierde oportunidad de demostrarlo.
Este fin de semana, la familia de este su seguro servidor acordó reunirse en un rincón de Zamora con el loable objeto de comer truchas en escabeche y remojar el pandero en el lago de Sanabria. Me dirigía yo el viernes hacia aquellos bucólicos parajes cuando, a la altura de Verín, mi coche pidió deseperadamente un poco de gasolina. Puse mi suerte en manos del GPS y le pedí que me llevara a la gasolinera más cercana.
Veamos, no seré yo quien niegue que al final del garbeo que el maldito cacharro me hizo dar por los cerros verinenses había una gasolinera abierta las 24 horas del día. Pero tengo seguro que, para llegar a ella, no era necesario dar semejante rodeo ni, desde luego, pasearse por la puerta de cuatro enormes lupanares iluminados como estrafalarios árboles de neón.
Sea cual sea el caso, voy a proceder a conectar el GPS al ordenador en cuanto acabe esta entrada. No tengo claro si lo hago porque el chisme necesita una actualización inmediata o porque más me vale enchufarlo a una computadora complaciente si no quiero que la próxima vez que me apetezca contemplar un ábside con ajredezado jaqués, el rijoso aparatejo me envíe de hoz y coz al barrio chino.
domingo, julio 17, 2011
De las urgencias que sufre mi GPS y de cómo pago yo las consecuencias
Categorías: viajes, yo mismo y mi circunstancia
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1 comentario:
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