"Otras partes del mundo tienen monos.
Europa franceses. Lo uno compensa lo otro."
Arthur Schopenhauer.
No obstante, voy a correr el riesgo. La imagen del político enloquecido blandiendo a modo de cachiporra su sardina deshuesada es demasiado desagradable y potente como para arrinconarla en la nevera. Así pues, hablemos de franceses incontinentes... y de monos capuchinos.
Hace unos pocos años, Keith Chen, un prometedor economista de la Universidad de Stanford cogitó una original y provechosa idea: enseñaría a unos cuantos monos capuchinos el uso del dinero para, de seguido, comerciar golosinas entre los simios. De este modo, el avispado científico pretendía eludir algunos de los inconvenientes que presenta la investigación con humanos, no siendo el menor de ellos la irritante tendencia del hombre a intentar parecer mejor de lo que es cuando un señor con bata blanca le observa tomando notas.
Los primeros días del experimento fueron notablemente exitosos. Tan pronto como los monos aprendieron que era preferible intercambiar monedas por golosinas a emplearlas como proyectiles, su actividad comercial comenzó a aportar interesantes resultados: los monos reaccionaban racionalmente a las variaciones en el precio, experimentaban una irracional "aversión a la pérdida" previamente detectada en inversores humanos, mostraban espontáneos arrebatos altruistas... En definitiva, los monitos se comportaban de un modo sorprendentemente humano.
Tal vez demasiado. En cuanto tuvieron oportunidad de hacerlo, los monos machos abandonaron esta rama del comercio. A fin de cuentas, a un capuchino adulto y viril hay una cosa que le gusta mucho más que llenarse la andorga y algunas hembras del grupo estaban más que dispuestas a intercambiar monedas por cariño. Ven aquí mi amol que te voy a enseñal lo que es una mona... Visto el cariz que tomaba la economía en la jaula de los macacos, el experimento quedó suspendido sine die. No era cuestión de permitir que algún adorable monito se metiera a mafioso, traficante de drogas o concejal de urbanismo.
En cualquier caso y regresando al francés desenfrenado... ¿de verdad que al director gerente del Fondo Monetario Internacional no le da la sesera para discurrir, en un momento de rijoso apuro, el expediente que tan rápido improvisaron los monitos capuchinos para aliviar el suyo?
¡Señor, en qué manos estamos! Porque dónde andan las manos ya lo sabemos muy bien.
23 comentarios:
investigaré el hecho que propició su post, Capitán, ya que lo desconocía un saludo
ya lo he visto...desagradable imagen la de la sardina deshuesada...
Uffff, que corte la pobre mujer de este cochino...
Lo cierto es que todo tiene tremendo aspecto de montaje... aunque por otra parte no se puede obviar la desaforada cantidad de rijo del Sr. Strass-Kahn.
Lo dicho: no me pronuncio en asuntos sub iudice.
¡Señor, en qué manos estamos! Porque dónde andan las manos ya lo sabemos muy bien.
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