Dado que ayer hice mención a cierto emperador romano de mente turbulenta y creativa hoy dedicaré estas líneas a uno de los monarcas más singulares y excéntricos -también uno de los más inteligentes y amorales- que la Historia ha conocido: Federico II Hohenstaufen, Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, Rey de Borgoña, Sicilia, Chipre y Jerusalén.
Ya su nacimiento fue bastante singular. A decir de los cronistas de la época, su madre, Constanza de Sicilia lo dio a luz en la plaza del mercado de Jesi, cerca de Ancona, para que nadie pudiera dudar que, pese a sus cuarenta años de edad, era ella la madre y él el heredero legítimo del trono siciliano. Con semejante entrada en el mundo uno no puede evitar la originalidad. El muchacho, pelirrojo y miope como su abuelo Federico Barbarroja destacó pronto por una vivaz inteligencia -se dice de él que llego a hablar con fluidez nueve idiomas y escribir siete- y una notable independencia de carácter. La naturaleza, en cambio no le dio un cuerpo acorde. Enfermizo y enclenque, sólo destacaban en su mediocre apariencia los ojos, que, con un hermoso tono verdiazulado, transmitían una inquietante sensación de inteligencia, frialdad y determinación.
Algo debió ver el Papa en el joven emperador que le inquietó, pues, nada más cumplir Federico los 14 años de edad, decidió casarlo con la reina viuda de Hungría, la catolicísima Constanza de Aragón (se ve que era el nombre de moda), para ver si se le pegaba algo. La cosa no debió funcionar a gusto del papado, pues a lo largo de su vida, Federico fue excomulgado media docena de veces, pero sí a gusto y placer de los esposos, que se entendieron muy bien hasta la muerte de la aragonesa. De todos modos, las excomuniones no afectaban demasiado a Federico. En el plano personal, porque era un escéptico redomado -en una ocasión encerró a un condenado a muerte en una vasija hermética para ver si el alma era capaz de abandonar su cuerpo, cosa que, naturalmente hizo-; en el plano político porque tuvo la inteligente idea de formar los cuerpos de élite de su ejército con mercenarios musulmanes a los que la excomunión de su jefe importaba menos que la cría del cerdo ibérico en Guijuelo. Es más, uno tiende a pensar que incluso le divertían, pues en medio de una de ellas se permitió la frivolidad de organizar una cruzada, conquistar Chipre, ocupar Jerusalén, firmar una tregua con el sultán y volverse a casa tan campante. El Papa, considerablemente cabreado, decidió proclamar que aquello no podía computar como una cruzada bien hecha porque Federico ni siquiera era católico -por efectos de la excomunión- y que lo más probable era que fuese el Anticristo, como bien se infería de su pelo rojizo, sus ojos de serpiente y sus inextinguibles ganas de tocar las narices a la Santa Madre Iglesia y someterlo todo a experimentación.
Porque esa es otra, los experimentos. Ya les he comentado el de la vasija, pero no fue, ni mucho menos, el único. En otra ocasión le dio por averiguar qué era más beneficioso para la digestión de una cena copiosa: dormir o cazar. Tomó dos condenados a muerte -qué sería de la experimentación sin la pena capital-, los cebó a conciencia, mandó uno a cazar y el otro a dormir. Al día siguiente ordenó que les sacaran las tripas y comparó el estado de las mismas. ¿Les pica la curiosidad? No se preocupen, les cuento el veredicto: Federico falló en favor de la caza.
En otra ocasión, su espíritu inquieto pretendió averiguar cuál era la lengua natural de los hombres. Con tal objeto ordenó que se tomaran niños huérfanos y se los criara sin dirigirles jamás la palabra ni hacerles mimos de ningún tipo. Sin embargo, todos los muchachos murieron antes de decir nada coherente, con lo que Federico se quedó con la duda. Como curiosidad, les contaré que, según Herodoto, Ptolomeo II de Egipto realizó, quince siglos antes, el mismo experimento. Lo que pasa es que Ptolomeo concluyó que los berridos de los críos estaban en lengua lidia. Una de dos, o Ptolomeo estaba sordo o no tenía ni idea de lidio, que todo puede ser.
En fin, como ven, el amigo Federico era un tipo original. Al final de su vida, harto de pelear con el Papa se retiró a su corte y ordenó que se le diera sepultura en la Catedral de Palermo envuelto en el tosco sayal del Císter. Que lo hiciera por fe o por fastidiar a los que le llamaban Anticristo es discutible, pero, visto lo visto, yo votaría por lo segundo.
lunes, mayo 21, 2007
Federico II Hohenstaufen, de profesión sus experimentos
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11 comentarios:
Luego supongo que Hitler y derivados se inspiraron en estos experimentos con niños para continuar con tan bella labor ¿no?
Alucinante.
Un besico, ánimo con las oposiciones que ya queda muy poquito ;)
¡¡¡Niños ferinos de experimento!!!
¡¡¡Qué hijo de puta!!!
Jooolín! qué véstia (véstia de carga, no vestía, ni vesta, ni bespa, sino véstia de carga como el cavallo, ¿me entiende?)ese federrico (¿tenía dinero?, por lo de rrico)seguro, seguro que hera (no de paja) el antijesucristo (de mi vida) que decían, ¿ha quen sin, mi cápi?
Jodo lito
Ptolomeo no tenía niños, fijo, porque a nadie que los tenga se le ocurre escuchar sus berridos. Y si no pregunte y verá cómo todas las madres sabemos poner la mente en blanco.
qué tipo tan cruel... y ¡qué interesante!
:-)
>>"fue excomulgado media docena de veces"
¿Que pasa, al ver que no le hacía efecto lo seguían intentando? Pues yo creo que sólo se puede ir al infierno una vez, las siguientes lo te dan son puntos para la promoción. Seguro que ya es por lo menos grupo B del Infierno.
Hoy se te ha olivdado darnos en los dientes con el ejemplo moderno del fiel Frankenstein-Hoffenstaufen ¿El Príncipe Felipe? ¿El de Mónaco? ¿El Orejas?
Como se pierde brío y diluyen los genes cuando se cruzan endogámicamente...
Un saludo.
Tamaruca:
Bueno, en general las ideas s ele ocurren a cada uno a su aire.
Gato:
Bueno, su madre un poco exhibicionista, todo lo más.
Jody Dito:
¿Qué le pasa? ¿Se ha tomado algo'
Gin:
Sí, tenía, con su hermana para más señas.. pero esa es otra historia.
Azena:
Tenía su punto el hombre.
Blanco Humano:
Es que siempre se las apañaba para que le levantaran la excomunión. No obstante, Dante lo colocó en un sepulcro ardiente en el Infierno.
Burnout:
Es que como este ya no los fabrican o no les dan poder.
Federico y Constanza.
Federico y Constanza.
Suena bien, no?
Y el papá se llamaba Enrique, que tampoco suena mal.
Para los interesados en la apasionante figura de Federico II Hohenstaufen, en este novela se hace una rigurosa reconstrucción histórica de su ascenso y caída:
https://www.ultimalinea.es/munoz-chapuli-ramon/114-el-sueno-del-anticristo-9788416159918.html
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