El orden, dicen, es una virtud. Sin embargo tiene sus peligros. Sin ir más lejos, a Perseo, rey de los macedonios le costó perder su reino. El tal Perseo había accedido al trono macedonio en el año 179 a.C. y desde el primer momento se propuso devolver al reino su pasado esplendor. Perseo confiaba para ello en el ejército más ordenado del mundo antiguo: la falange macedonia.
La mencionada falange consistía en un montón de fornidos maromos portadores de una lanza larguísima y un escudo ligero: con el escudo, que se portaba en la mano izquierda, se cubría al falangista de la derecha; la lanza se sostenía paralela al suelo y todo el grupo, con impecable orden y firme paso avanzaba de frente a modo de apisonadora.
La cosa no le fue, en principio, demasiado mal. A base de orden Perseo fue expandiendo su reino. Pero tanto orden y tanta mandanga acabó por molestar a los romanos, que votaron la guerra contra el macedonio y encomendaron su dirección al astuto, recio y bragado cónsul Lucio Emilio Paulo.
Cuando ambos ejércitos se encontraron cara a cara en la decisiva batalla de Pydna (168 a.C.), Perseo recorrió a lo suyo, el orden y el método. La falange, avanzando de frente como un improbable erizo simétrico arrolló a la legión y la acorraló contra la ladera de un monte. Pero, a esas alturas de la película, el sagaz Paulo se había dado cuenta ya de que la principal virtud macedonia, el orden sistemático, era también su principal defecto. Comenzó a retirar a sus legionarios hacia el monte, buscando un terreno quebrado donde los macedonios hubieran de descolocarse, y cuando así sucedió, ordenó a los legionarios que se deslizaran bajo las lanzas, se escurrieran entre los huecos, acuchillaran las piernas, lanzaran piedras y convirtieran aquello en una sucia trifulca de patio colegial. Si los macedonios eran imbatibles en un combate ordenado y regular, comportándose como energúmenos los romanos eran insuperables. Los macedonios, después de varios siglos de orden y sistema fueron incapaces de reaccionar y acabaron criando malvas helénicas en los campos de Pydna. Los romanos, cuando se cansaron de despenar griegos usucapieron Macedonia y a otra cosa, mariposa.
Pero los riesgos de ser ordenado no concluyen en el campo de batalla. Ayer una amiga mía me relato cómo el orden puede destruir una cocina. Resulta que la madre de esta señorita, con ánimo de mantener su casa en perfecto estado de revista, decidió ocultar del campo de visión la fea y antiestética freidora. A falta de mejor lugar de almacenaje la colocó en el horno. Después se fue de viaje. Su inadvertida hija, atendiendo a las necesidades nutritivas que al ser humano son inherentes decidió calentar el horno para hacerse unos macarrones. ¡Cómo podía la pobre sospechar que el horno ocultaba una freidora repleta de aceite! Como pueden imaginar, al alcanzar el aceite la temperatura de ebullición, sobrevino en dicha habitación un pequeño ensayo del Apocalipsis.
Claro que lo peor, según ella, no son los dos electrodomésticos rotos ni el tono ahumado que han adquirido las paredes. Tampoco lo es la bronca que le caerá cuando su madre regrese (a fin de cuentas es un caso clarísimo de concurrencia de culpas). Lo peor es que necesitó quince minutos largos para convencer a los bomberos de que “¡socorro, socorro, que se quema la freidora que estoy asando en el horno!” no era una imaginativa y surrealista broma telefónica.
La mencionada falange consistía en un montón de fornidos maromos portadores de una lanza larguísima y un escudo ligero: con el escudo, que se portaba en la mano izquierda, se cubría al falangista de la derecha; la lanza se sostenía paralela al suelo y todo el grupo, con impecable orden y firme paso avanzaba de frente a modo de apisonadora.
La cosa no le fue, en principio, demasiado mal. A base de orden Perseo fue expandiendo su reino. Pero tanto orden y tanta mandanga acabó por molestar a los romanos, que votaron la guerra contra el macedonio y encomendaron su dirección al astuto, recio y bragado cónsul Lucio Emilio Paulo.
Cuando ambos ejércitos se encontraron cara a cara en la decisiva batalla de Pydna (168 a.C.), Perseo recorrió a lo suyo, el orden y el método. La falange, avanzando de frente como un improbable erizo simétrico arrolló a la legión y la acorraló contra la ladera de un monte. Pero, a esas alturas de la película, el sagaz Paulo se había dado cuenta ya de que la principal virtud macedonia, el orden sistemático, era también su principal defecto. Comenzó a retirar a sus legionarios hacia el monte, buscando un terreno quebrado donde los macedonios hubieran de descolocarse, y cuando así sucedió, ordenó a los legionarios que se deslizaran bajo las lanzas, se escurrieran entre los huecos, acuchillaran las piernas, lanzaran piedras y convirtieran aquello en una sucia trifulca de patio colegial. Si los macedonios eran imbatibles en un combate ordenado y regular, comportándose como energúmenos los romanos eran insuperables. Los macedonios, después de varios siglos de orden y sistema fueron incapaces de reaccionar y acabaron criando malvas helénicas en los campos de Pydna. Los romanos, cuando se cansaron de despenar griegos usucapieron Macedonia y a otra cosa, mariposa.
Pero los riesgos de ser ordenado no concluyen en el campo de batalla. Ayer una amiga mía me relato cómo el orden puede destruir una cocina. Resulta que la madre de esta señorita, con ánimo de mantener su casa en perfecto estado de revista, decidió ocultar del campo de visión la fea y antiestética freidora. A falta de mejor lugar de almacenaje la colocó en el horno. Después se fue de viaje. Su inadvertida hija, atendiendo a las necesidades nutritivas que al ser humano son inherentes decidió calentar el horno para hacerse unos macarrones. ¡Cómo podía la pobre sospechar que el horno ocultaba una freidora repleta de aceite! Como pueden imaginar, al alcanzar el aceite la temperatura de ebullición, sobrevino en dicha habitación un pequeño ensayo del Apocalipsis.
Claro que lo peor, según ella, no son los dos electrodomésticos rotos ni el tono ahumado que han adquirido las paredes. Tampoco lo es la bronca que le caerá cuando su madre regrese (a fin de cuentas es un caso clarísimo de concurrencia de culpas). Lo peor es que necesitó quince minutos largos para convencer a los bomberos de que “¡socorro, socorro, que se quema la freidora que estoy asando en el horno!” no era una imaginativa y surrealista broma telefónica.
9 comentarios:
Lo raro es que no le aconsejaran a tu amiga que dejase los psicotrópicos, o que llamase al Instituto de Toxicología o se procurase una purga...
Los macarrones también los venden hechos.
(Lo de acuchillar pantorrillas me ha dolido desde aquí, auh!)
Pos claro que sí, que ser ordenado no es tan bueno. Qué le habría costado a esa señora dejar a la freidora lucirse en paz.
Además, como cualquier astrofísico podría explicar de un modo aburridísimo, intentar crear orden en un lugar, aumenta el desorden en algún otro lugar del universo. Solo unos pocos tratamos de no ofrecer resistencia a la entropía, por el bien del universo, pero somos unos incomprendidos...
Adrià le hubiera sacado un increible rendimiento gastronómico-mediático con esas freidora horneada...
Qué horror, el olor a plástico quemado no se les va a ir en meses. Visto lo visto me dispongo a cambiar la ubicación oculta y superordenada de mis sartenes.
(Con permiso de mi queridísimo Alf) MADRE DEL AMOR HERMOSO.. Capi, que catástrofe, y todo por intentar ser ordenados... ¿lo veis, Capi? Yo seré muy desastre, pero estas cosas no me pasan.. NO señor, no me pasan.. Eso sí, me pasan otras, jejejejeje.
Estoy completamente deacuerdo con Blanco Humano, somos unos incomprendidos, aaaaainsssss...
Besosss
PD: Capi me puse al día y le dejé recado en el post anterior, jejeje...
Criaturilla:
O le echara mucha mayonesa a la freidora.
Tamaruca:
Y los ravioli. Los de Rana (Giovanni) son bastante gustosos.
Anonimo:
Mismamente.
Blanco Humano:
De momento ha generado desorden entre los bomberos.
Perlita:
Y mucha mayonesa.
Suri Kata:
Tranquila, las sartenes arden peor.
Esther:
Bueno hay casos peores, mi padre conoce a un tipo que guardaba el dinero...
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