Entre los variados lugares donde he plantado mi antifonario las pasadas vacaciones está el pueblo de mis ancestros por parte de madre. El paraje es bastante acogedor si uno obvía que el calor del lugar bien puede asolanar a un grillo, pero basta con no asomar el hocico por la puerta entre mediodía y la puesta del sol y la estancia se torna soportable si no agradable.
Una de tales noches, estábamos haciendo limpieza en casa de mi abuela. En un momento dado, me encontré con una bolsa llena de botellas vacías:
- ¿Dónde tiro las botellas?
- ¡Uh! Esas las tienes que echar donde la Tiburcia del Margarito- respondió mi abuela.
Ustedes que los han visto escrito con mayúsculas sospecharán ya que la tal Tiburcia y el tal Margarito constituyen un matrimonio que vive enfrente del contenedor de vidrio. Para mí, que recibí la información de viva voz, lo mismo podían ser personas que mobiliario urbano, fincas agrícolas o exóticos aperos de labranza.
La bolsa la tuvo que llevar mi tío, quien, por ser indígena, se veía capaz de traducir las indicaciones. ¡Menos mal! Yo la hubiera enterrado en el gallinero para volver comentando lo crecidos que están los margaritos en esta época del año.
3 comentarios:
Pues yo las hubiera tirado donde la Bruja Tiburcia.
O sea, que hay más de una Tiburcia.
Bueno, al menos las botellas acabaron en su sitio...
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