viernes, septiembre 11, 2009

¿También tú, madre mía?


Una de las obsesiones del emperador Octavio Augusto era inculcar un poco de moral y decencia en la dura y rijosa mollera de sus compatriotas romanos, para lo cual recurrió a la promulgación de durísimas leyes. En aquella ciudad de togas arremangadas y efebos a cuatro patas la medida tenía tantos visos de prosperar como un Pacto Antritransfuguismo en el mágico reino español de los concejales de urbanismo. En definitiva, lo único que saco Octavio de todo aquello fue tener que desterrar a una isla desierta al zorrón que tenía por hija.


Ya lo advirtió Karl Marx a cuenta de Napoleón y su sobrino: la Historia se repite dos veces; la primera como tragedia y la segunda como farsa. Metro arriba o abajo, la diferencia que separa la colina del Capitolio de la playa de Benidorm.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

Si es que la mano dura normalmente no lleva a ningún lado... Con lo bien que se lo pasaban los romanos, aaaaaaish...

Besitos

Achab dijo...

Esther:

Unos cachondones es lo que eran.