jueves, abril 05, 2007

Emoción, intriga, corona de espinas

Por no dejar el cine bíblico de lado, les contaré que ayer me puse a ver la película que Mel Gibson rodó sobre la pasión y muerte de Cristo. Admito que me entretuvo bastante, aunque buena parte de la diversión consistía en traducir a los soldados romanos sin mirar los subtítulos. Sin embargo, la película adolecía de la misma insuperable dificultad que el resto de filmes que tratan dicho tema: es difícil mantener la tensión de una cinta que todo el mundo sabe cómo acaba.

Y mira que la historia es buena. El relato contiene sobrado material para construir una intriga más que potable: hay amistad, traición, juicios, política, venganza, un terremoto y hasta fenómenos paranormales. Pero claro, después de veinte siglos de cultura cristiana, ver una película sobre Jesucristo equivale a pagar la entrada de "El Sexto Sentido" y que la taquillera te cuente al darte las vueltas que Bruce Willis está muerto a partir del quinto fotograma.

En fin, lo mismo, la solución sería pasarles la película a los aborígenes paganos de Papúa Nueva Guinea, que les pillará más de nuevas. Claro, que esto tiene también sus peligros. Recuerdo, sin ir más lejos, una historia de misioneros que, durante mi infancia, gozaba de mi peculiar favor.

Contaba un religioso que se había ido a predicar por aquellas tierras que cada vez que empezaba a leerles el Evangelio, los aborígenes, que eran más de canciones guerreras, se aburrían como ostras y aprovechaban cualquier excusa para largarse al monte a cazar. Sin embargo, la tarde que el misionero comenzó a leerles la historia de la Pasión, los nativos se mostraron sumamente interesados. Los momentos más emocionantes eran saludados con grandes gritos y aplausos, que en el momento del prendimiento en el Huerto de los Olivos llegaron al paroxismo.

Al día siguiente, media tribu aceptó convertirse al cristianismo. Cuando el misionero les preguntó qué nombre cristiano querían tomar todos eligieron el mismo: el nombre del protagonista de aquella historia que tanto les había emocionado: Judas Iscariote.

Malentendido cultural se llama esta figura.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues mire, cuando estenaron la peli de Mel Gibson yo temía que hubieran hecho lo que hacen con todas las historias, o sea, cambiarlas en función de la taquilla, y que al final Jesús se librara de la cruz en una especie de estallido de colores que dejara ciegos a todos los romanos y a parte de los espectadores. Me desilusionó que fuera tan fiel a la historia, para qué engañarle.

Leon dijo...

Lo de saber el final de la película que cuentas, es como ver Titanic, la cuestión es cómo porque el qué ya está claro.
Muy bueno lo de los papuanos y judas, la verdad es que es un personaje bastante maltratado.

Achab dijo...

Gin:

A mí, lo que me mosquea de la película es el acento. Yo no tengo ni papa de arameo, peor los actores tampoco. ¡Seguro que el acento es una chufa!

León:

Pues a los papúes les encantó: para ellos era un valeroso y astuto guerrero que mediante su habilidad conseguía que una tribu poderosa matara a su enemigo personal Jesús.