Visto cuánto les gustan los perritos blancos con mala idea hoy les traigo un cánido que les va a encantar. Se llamaba Boye y era la mascota preferida del príncipe Ruperto del Rin, duque de Baviera.
El principe Ruperto nació bajo una estrella particularmente vagabunda. Hijo de Federico I, que fue rey de Bohemia por un invierno, y de Isabel Estuardo, hermana del monarca inglés, Ruperto no había cumplido doce meses cuando la familia en pleno hubo de abandonar el país para salvar la vida. La frustrada aventura real había dejado la fortuna familiar hecha unos zorros, de modo que Ruperto, un chaval de notable inteligencia, erudición y valor, fue conminado a buscarse las habichuelas por sus propios medios. A lo largo de su movida existencia, Ruperto fue militar, dibujante, marino, político, pirata y explorador. A los 23 años, era el más prometedor oficial de caballería de toda Europa.
Por aquel entonces, Inglaterra estaba sumida en una guerra civil: el Parlamento quería recortar las prerrogativas del rey Carlos I, el monarca deseaba recortar las cabezas de los parlamentarios más vocingleros, estos no consentían y las partes llegaron bien pronto a las manos. Pensando el rey que las habilidades bélicas de su sobrino podían ser muy útiles contra los súbditos rebeldes, lo mandó llamar y lo puso al mando de la caballería.
Las pocas posibilidades que el bando realista tuvo de ganar aquella guerra deben apuntarse en el haber del joven Ruperto. No es que el príncipe fuera un genio de la estrategia, lo suyo era picar espuelas y lanzarse a lo más encarnizado de la batalla, pero su innegable arrojo y temerario valor bastaron para dar la vuelta a varias batallas que parecían perdidas. Una excentricidad del principito contribuía a desmoralizar al enemigo. Ruperto atacaba siempre en compañía de su querido perro Boye. El animal, tan agresivo como su dueño, gustaba sobremanera de desgarrar traseros insumisos y morder pantorrillas rebeldes. Los soldados del Parlamento lo tenían por criatura del demonio y esbirro de Satanás.
Pensarán ustedes que un bicho tan agresivo, temido y bragado tuviera, cuando menos, el tamaño y fortaleza de un mastín. No era el caso. Boye no era un dogo ni un sabueso, Boye no era un podenco ni tampoco un mastín.
Boye era el caniche blanco que le había regalado su mamá.
6 comentarios:
Los bichitos pequeños tenemos bastante mala uva.
Que majo el perrillo, jejeje... Ya veis, Capi, hay perros muy majetes por el mundo. Yo tuve una perra, Isthar, cruce de mastín y pastor alemán, que tenía una curiosa aficción por las salchichas... Bastaba decirle: ¡¡Isthar, salchicha!! Y saltaba a por la salchicha... El problema era que no hacía mucha distinción entre frankfurt alemanas y....
Besitos
PD: He leído todos los últimos posts, pero los exámenes no me dejan tiempo para escribiros. Por cierto, me encantó la aventura autobusera de vuestra madre y abuela. Más besitos
Sospecho que el tal Boye era un león afeitado.
Yo conozco cierto descendiente suyo que vive por la zona de los Doctores, aquí en Alhambralandia...
Hombre, deducir a partir de esa viñetilla de comic que eso que hay bajo el caballo es un mastín...es cuando menos arriesgado, querido capitán!
Anónimo:
Pero sois monos.
Esther:
Ay.
Bwana:
No lo descarte.
Murazor:
Absténgase de cabrearlo. No mencione a Cromwell.
Luis:
Caniche, don Luis, caniche. La raza está muy documentada.
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