viernes, febrero 23, 2007

Príncipes belicosos

Enrique, el hijo menor del príncipe Carlos de Inglaterra, ha demostrado tener más sentido de la responsabilidad del esperado. La desconfianza hacia su persona no era inmotivada, sino que se basaba en sus malos antecedentes, incluida la afición por los disfraces inapropiados y el consumo de derivados del cannabis.

No obstante, parece que el aristócrata se ha enmendado. Resulta que, después de completar su periodo de formación militar - las cabezas coronadas de Europa manifiestan con fervor esta curiosa querencia al uniforme- ,le correspondía a su promoción pasarlas perras en el desierto iraquí. Bueno, sólo a sus compañeros de promoción, porque al principillo lo iban a mandar a hacer trabajo de oficina. La justificación de semejante acto de nepotismo era un pelín peregrina:

- Mandar al príncipe al frente pondría en riesgo la vida de sus compañeros, pues eso atraería la atención de los terroristas y concentraría sus acciones sobre nuestros hombres.

Magnífica recreación del pensamiento terrorista medio. Ya me imagino a los asesinos de turno planeando sus acciones:

- ¡Ahmed! ¡Mira que coche-bomba más majo acabo de terminar! ¿Se lo ponemos a los ingleses?

- Ni de coña, Alí, que son todos plebeyos. Mejor lo ponemos en la plaza del mercado, que me he enterado que el frutero es cuñado de un sobrino de un descendiente en línea colateral del califa Harún al-Raschid.

No me digan que no suena creíble.

De todos modos, no procede discutir la pertinencia de la disculpa, pues el joven Harry, en un gesto que lo honra, ha dicho que él se va con sus compañeros, que el cargo conlleva sus responsabilidades y que, si hay que sudar en el desierto, él suda con los demás. Tan terco se ha puesto el muchacho que le van a hacer caso.

Supongo que, de todos modos, sus jefes ya tendrán cuidado de alejarlo de los tiros, aunque sólo sea porque el oficial al mando del pelotón en el que hipotéticamente falleciere el nieto de la Reina iba a limpiar con un cepillo de dientes las letrinas de campaña del ejército de Su Majestad hasta el final de su más que hipotética carrera militar; pero que se anden con ojo, que los antecedentes del ejército inglés en materia de preservación de príncipes belicosos es realmente mala.

Retrocedamos a 1879. En Londres reinaba la reina Victoria I, pero no era ella la única cabeza coronada con residencia en la ciudad del Támesis. Exiliados allí vivían otros dos monarcas: la depuesta emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo y su hijo, el príncipe imperial Napoleón Eugenio, emperador Napoleón IV para sus seguidores.

Aquel mismo año, en la otra punta del globo, los zulúes se pusieron farrucos. Los británicos mandaron un cuerpo expedicionario para poner en su sitio a aquellos belicosos africanos y con ellos marchó Napoleón Eugenio, joven, imprudente y sediento de gloria. Las órdenes de sus superiores eran muy claras: que el príncipe no sufra riesgo alguno, que como le pase algo, en Europa se monta un Cristo de narices. Órdenes muy juiciosas, no lo niego, pero se las dieron a las personas equivocadas. Los que de verdad hubieran podido hacer algo por preservar la vida del francés eran él mismo (que no tenía intención de escatimar su arrojo) y los propios zulúes (a los que nadie contó nada).

El resultado fue que, a los pocos meses de pisar África, Napoleón hubo de regresar a Europa, embalsamado y con una azagaya zulú atravesándole el pecho.

- Oiga, ¿pero no iba usted a dejar de hablar de muertos?

¡Uy! Disculpen, se me ha escapado. Para compensar, les contaré una historia bonita, astronómica y tierna que es secuela de la anterior. En 1998, unos astrónomos descubrieron un pequeño asteroide que orbitaba alrededor de otro más grande, cuyo código identificador era 1941BN. Los descubridores, dado el pequeño tamaño del satélite, se acordaron del principito de Saint-Exupéry y lo bautizaron como Petit-Prince.

Casualidad o no, el nombre más común del asteroide 1941 BN, alrededor del cual orbita dicho principito es 45-Eugenia, nombre que luce en honor de la Emperatriz Eugenia, la madre del infortunado petit prince Napoléon Eugène.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Si el chico quiere ir a jugar a los soldaditos, anda y que apechugue si le estrujan las vísceras de un bombazo.

querida_enemiga dijo...

ese chavalín lo que necesita es un par de hostias

Marga F. Rosende dijo...

Pues dice mucho a su favor su actitud,la del peque, vamos digo yo...

Achab dijo...

Gin:

Bueno, es su oficio, después de todo.

Querida_enemiga:

Las necesitaba desde hace mucho, pero esta vez ha actuado medio bien.

Marga:

Por un avez y sin que sirva de precedente, así es.