domingo, octubre 04, 2009

El Palo

El gusto por las rubias se me ha desarrollado con la edad. Antaño favorecía el cabello oscuro y mi primera novia fue una preciosa morenita pacense aficionada al pop-rock español. Por uno de mis cumpleaños, la extremeña me obsequió con un disco de "La Cabra Mecánica", elección sorprendente para agasajar a un wagneriano confeso. Con todo, el disco, una sorprendente amalgama de pop, rock, ritmos flamencos, sabiduría de bar y piropo de obrero, me resultó tan simpático como divertido. Por un tiempo, fue inquilino habitual de mi pletina.


Una tarde que el disco sonaba, mi madre, cosa infrecuente, aguzó el oído. El cantante piropeaba a su amada con entusiasmo surrealista:

"Tú haces latir mi corazón,
por ti tengo taquicardia
y a veces necesito un doctor
y atraco una farmacia."

La gracieta disgustó a la oyente, que renunció a su habitual compostura para contestar al cantante:

-¿Qué dice? ¿Que atraca una farmacia? ¡Valiente gilipollas!

Mal público para una metáfora débil. A comienzos de los ochenta, cuando la heroína bailaba su vals de caries, estupefacción y atracos por los barrios obreros de Madrid, mi madre y su hermana compraron una farmacia en el barrio de San Blas. El cristal de la puerta pasaba más tiempo roto que entero, los adictos más peligrosos del barrio las saludaban por su nombre y las agujas hipodérmicas se adquirían a punta de navaja. Con el paso de los años, la droga convenció a sus amantes de fugarse con ella al cementerio y la farmacia conoció una próspera época de papillas, biberones y recetas de pensionista, más tranquila y productiva que la anterior.

Hasta ayer. Ayer nos despertó la policía para informarnos de un robo. La verja estaba doblada, el cristal destrozado a pedradas, y el contenido de la caja registradora en el bolsillo de algún ladrón colocado. En definitiva, el típico palo de los ochenta.

El amanecer nos sorprendió enderezando el cierre metálico y cambiando el cristal roto por una plancha de metacrilato. Después hicimos inventario de las pérdidas que, por fortuna, no llegaron a los cien euros.

Consolémosnos con ello. Rejuvenecer veinte años de golpe podría habernos salido muchísimo más caro.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, siento mucho el susto.Al menos no ha sido económicamente tan malo como podría ser, aunque supongo que la plancha de metacrilato no será barata.
Animo, solete.

si, bwana dijo...

¡Vaya por Dios! Espero que los ladrones no hayan cambiado las joyerías por las farmacias y no se lleven Vds. más sobresaltos.

Gato dijo...

Bueno, con un poco de suerte el arreglo del escaparate estará cubierto en parte por el seguro, ¿no?

Achab dijo...

Anónimo:

Económicamente el impacto es nulo. Pero te arruinan la mañana.

Bwana:

Muy rentable no le ssaldría.

Gato:

Totalmente cubierto.

Hans dijo...

La cuestión, quizás, es que es un palo de épocas de crisis dura. Se están volviendo a producir cosas que hace mucho que no veía (atracos incluidos)