A los once años de edad, Nikolai, hermano mayor del célebre escritor León Tolstoi, creía haber hallado un método que aseguraría la felicidad de los hombres. Considerando que un secreto de tal calibre no debía estar al alcance de cualquiera, propuso a sus hermanos formar una sociedad secreta encargada de su custodia. Para ingresar en la "Hermandad de las Hormigas", nombre elegido por el imaginativo chaval, se exigirían tres pruebas de temperamento y determinación:
1- Caminar sin vacilación sobre una grieta del parqué de su casa de campo.
2- Dejar transcurrir un año sin mirar una liebre, ya estuviera viva o muerta, cocinada o cruda.
3- No pensar nunca en un oso blanco.
Las dos primeras eran difíciles, pero pudieron ser superadas. Sin embargo, cada vez que los pequeñines trataban de no pensar en osos blancos, miríadas de plantígrados albinos les recorrían el cerebro. El tiempo pasó, los hermanos cambiaron de juego y el secreto de la felicidad universal se perdió para siempre.
Según parece, vaciar el cerebro es bastante complicado. Yo acabo de ver la portada de "¡HOLA!" y, por más que el buen gusto y la educación me lo prohíben...
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...no puedo dejar de elaborar chistes de momias.
miércoles, enero 13, 2010
Mente en blanco
Categorías: buen rollito, es un obelisco, historietas históricas, historietas literarias
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5 comentarios:
¡Uy! ¡Qué susto!
(Tendré pesadillas por su culpa)
Desde luego es inevitable. Yo creo que goza de tantos terrenos porque en realidad planeó edificar chozas con el joven Imhotep cuando el suelo no estaba tan caro... Pero murió antes que ella.
Lo más bonito de la foto es el camello.
Por cierto, Capi, a toro pasado que me he despistado unos días. Como diría Belén Esteban: "¡Yo por la paella mato!" :-)
Suri:
Pues el camello, como dice petete, es muy guapo.
Grénmabar:
Aquel sí que fue un boom inmobiliario.
Petete:
¡Paellero!
El problema del cerebro, muchas veces, no es no poder vaciarlo (que no se puede) el problema es impedir que lo inunden las millones de inutilidades que lo llenan (al menos el mío) y una de ellas podría ser la imagen de una momia con gigoló (poco agraciado) al lado. Momia con abolengo, pero momia al fin y al cabo. Chistes no sé ninguno, ni de momias ni de vivos que vacían arcas mundiales y nos dejan en taparrabos.
Vuelvo a celebrar la, en este caso analogía, supongo, de contar la curiosa historia del hermano de Tolstoi para enlazarla con esta truculenta actualidad del corazón de estos superficiales días de nuestras entretelas.
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