La Crecida del Nilo

El histioriador griego Herodoto recorrió medio mundo para satisfacer su inagotable curiosidad. Allí donde iba, el griego preguntaba al paisanaje por la historia, costumbres y curiosidades del lugar. En Egipto encontró el paraíso del cotilla. Los sacerdotes de Amón se aburrían una barbaridad y estaban deseando contar al primero que preguntase todos los chascarrillos que guardaban en almacén. Herodoto preguntó por qué se desbordaba el Nilo cada verano y los clérigos, que lo ignoraban, le ofrecieron un completo abanico de hipótesis:

- que era voluntad de los dioses;

- que era culpa del viento, que soplaba de cara y retenía las aguas;

- que era una crecida por deshielo que llegaba con retraso por la gran longitud del río;

- que lo normal era que el río se desbordase y la verdadera pregunta era por qué no lo hacía en invierno.

Herodoto quien, como buen griego, gustaba sobremanera de los requiebros dialécticos se abonó a defender la última opción. Los científicos modernos, menos dados a los sofismas, señalan como culpables a las torrenciales lluvias primaverales que alimentan, en Etiopía, el caudal del Nilo Azul.
No obstante la opinión de los sabios, una noticia que publica hoy El País nos induce a pensar que, después de todo, no se puede descartar tan alegremente a los dioses como culpables de alterar el caudal del río.

Abdelaziz Ibrahim Bin Ibrahim, propietario de un hotel de lujo en El Cairo, ha estado reflexionando sobre la voluntad de Alá para concluir que, sirviendo alcohol a sus clientes, está comprometiendo gravemente la salud de su alma. En consecuencia, ha ordenado a sus empleados que la bodega del establecimiento sea vaciada en el río. Pues que Alá lo quiere, el Chivas se vierte al río.

Así pues, cuando el río crece lo importante es fijarse en los cocodrilos:

- si los saurios siguen sobrios el río crece por las lluvias eritreas;

- si nadan haciendo eses, la causa de la crecida está en la voluntad de Alá.
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