El proceso de creación artística requiere considerable concentración. Cuando el creador convoca los poderes demiúrgicos que le animan puede sumirse en un estado semejante al trance y perder el conatcto con la realidad. Le sucede a los mejores. A Góngora, por ejemplo.
Estaba el cordobés a tres octavas de rematar su Polifemo cuando en pleno éxtasis consonante sentenció:
"Viendo el fiero jayán, con paso mudo
correr al mar la fugitiva nieve
(que a tanta vista el líbico desnudo
registra el campo de su adarga breve)
y al garzón viendo, cuantas mover pudo
celoso trueno, antiguas hayas mueve:
tal, antes que la opaca nube rompa,
previene rayo fulminante trompa."
La métrica es rigurosa, el vocabulario espléndido y la sonoridad impresionante. Ahora bien, mientras la luz insista en correr más que el sonido, ese trueno o trompa que antecede y previene el rayo es cosa que nadie oirá.
Hoy, uno de los viñetistas de Público -el único diario gratuito que cuesta medio euro- se ha decidido a explotar el tema de las tormentas. El dibujante tenía clara la simbología meteorológica del bien y el mal. El bien es un arco iris apoyado en una nube aborregada. El bien brilla y reluce contra un cielo de azur. El mal, en cambio, es una tormenta negra. Cuando el mal se avecina el cielo se tiñe de plomo y barrita el huracán.
Unos símbolos tirando a cursilones pero evidentes, inmediatos y concisos.
Hay, sin embargo, un pequeño problema. A ver si lo explico bien. Cuando la luz solar incide sobre las gotas de lluvia, aquella se refracta descomponiéndose en sus colores constituyentes y permitiendo al curioso espectador contemplar un bonito efecto de luz y color. Si eres irlandés y estás un poco bebido puede que emprendas un viajecito al fin del mundo para buscar un caldero de oro al final.
Pero, incluso para los irlandeses, el orden es el que les dije: lluvia, sol, refracción y arco. Tormenta primero y colorines después.
Como decía al principio, le puede suceder a los mejores. Claro, que tampoco los genios tienen la exclusiva del error.
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